EDITORIAL: NOVIEMBRE, 2025

Editorial
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Siendo la última edición del año de la revista COOVIAS, pues toca revisar la situación del Perú, en el presente, la comparación con el pasado, y lo minimo que tenemos que hacer si queremos que nuestro país llegue a ser desarrollado, algún día.

La decadente situación política del 2025 en el Perú

La situación del Perú refleja el retrato de un país atrapado en un círculo vicioso: inseguridad ciudadana, hegemonía de poderes fácticos ilegales, instituciones débiles, corrupción endémica, política fragmentada y una ciudadanía que se siente abandonada por el Estado. La crisis actual, más que un episodio aislado, es el síntoma visible de un desgaste profundo en los cimientos mismos de la democracia peruana.

El sistema de justicia, la policía y el propio Congreso registran niveles mínimos de aprobación y son percibidos por la mayoría de ciudadanos como corruptos e ineficaces. Así, las instituciones que deberían sostener la democracia se han convertido, en muchos casos, en parte del problema. A ello se suma una fragmentación política extrema: el Congreso está formado por una multitud de partidos sin cohesión ni ideología definida. Esta dispersión impide construir coaliciones estables de gobierno y fomenta una política de corto plazo, basada en el intercambio de favores y alianzas oportunistas entre el Ejecutivo y el Legislativo. En lugar de políticas de Estado, predominan los pactos de conveniencia.

Además, que el núcleo de la crisis es la corrupción sistémica, en las últimas décadas, prácticamente todos los presidentes del país -junto con buena parte del Congreso- han estado involucrados en escándalos. Esta corrupción estructural impide que el Estado cumpla sus funciones más básicas: garantizar seguridad, educación y salud de calidad. La ciudadanía percibe un aparato estatal capturado por intereses particulares, donde la impunidad se ha normalizado.

Existe una brecha creciente entre la clase política y las necesidades reales de la población. Los peruanos se sienten abandonados por un sistema que no los protege, no los representa y no les ofrece oportunidades de progreso, alimentando la desconfianza y el desencanto con la democracia.

El Perú y las oportunidades perdidas

El ‘boom’ más largo y profundo de exportaciones de recursos naturales que hemos tenido en nuestra historia se dio durante la llamada era del guano (1845 a 1875). Este fertilizante llegó a representar cerca del 60% de todas las exportaciones nacionales (similar a los minerales hoy). Malos contratos, pésimos manejos financieros, corrupción y obras públicas deficientes explican por qué los enormes ingresos generados no se pudieron aprovechar mejor. Otros grandes ciclos de exportaciones primarias, como el salitre de finales del siglo XIX y el caucho poco después, tuvieron duraciones muy similares, también cerca de tres décadas. La anchoveta, de mediados del siglo pasado, duró la mitad, hasta la crisis de la biomasa a inicios de los años setenta. ¿Cuánto durará el ‘boom’ del cobre actual? Es imposible saberlo, pero hay buenos motivos para pensar que no será corto. La transición energética, la reconversión digital, las demandas de la inteligencia artificial, en paralelo con una producción de minerales cada vez más lenta en el mundo, sugieren que podemos tener todavía algunos buenos años con altos precios, aunque nadie puede afirmarlo con certeza.

El punto es que podemos no saber cuándo acabará el ciclo, pero estamos casi seguros de que, como sucede con cualquier ciclo, en algún momento acabará. Es cuestión de tiempo. Los grandes ciclos de exportaciones anteriores culminaron por el agotamiento del recurso, por la identificación global de un reemplazo más barato o efectivo, por malos manejos, o por alguna combinación de las tres causas anteriores. Hoy, el Perú está semiparado en su mejor momento de términos de intercambio (la relación entre el precio de nuestras exportaciones y nuestras importaciones) de, al menos, los últimos 75 años. La suerte del superciclo nos sonríe. Pero lejos de la urgencia, la sensación es de total complacencia, pues hay muchos proyectos mineros en cartera que tardan en despegar. No parecemos haber entendido que muy posiblemente se trata, como ha sido a lo largo de la historia, de un período con un inicio y con un final. El caso del oro es algo diferente, porque no es el uso tecnológico ni de consumo lo que le da su valor actual, sino su condición histórica de activo refugio ante la incertidumbre.

¿Qué diferencias hay entre un país que entiende que su tiempo de altos precios de exportación primaria es limitado y uno que no? La primera, obviamente, es la premura con la que extrae los recursos. ¿Y los países que no lo entienden? Hacen lo que hace el Perú. Demoran. Arrastran los pies.

Una segunda diferencia es el uso de los recursos que se generan por la exportación de alto valor. Los países diligentes intentan invertir los excedentes temporales en cerrar brechas de infraestructura y en desarrollar mayor competitividad en esa y otras industrias para orientarse al futuro. Invierten en educación y en calidad del Estado. En tercer lugar, la otra diferencia importante entre países que son conscientes del período de expiración de su producto central y los que no, es la posición fiscal y el gasto público. Si bien el Perú no ha sido especialmente irresponsable en este aspecto, los últimos 4 años si dejan mucho que desear. Este 2025 podría ser el tercer año consecutivo de incumplimiento de la regla fiscal del déficit, es decir, estamos gastando demasiado para lo que recaudamos. En este contexto, el de las vacas gordas, el Perú debería estar ahorrando, como lo hicimos en promedio hasta el 2016. Pero seguimos, como si nos sobrara el dinero y el tiempo.

Perú, el país de la autocomplacencia

Para el presupuesto del 2026, el Estado está aumentando el gasto corriente y disminuyendo la inversión, esto a pesar de las tremendas necesidades para cerrar la brecha en infraestructura y consecuentemente, incrementar la productividad. En particular, el Consejo Fiscal ha contabilizado que, desde agosto del 2021 a la fecha, se aprobaron 229 leyes con un impacto negativo sobre las finanzas públicas, lo que triplica el número de leyes de similar naturaleza de los 3 quinquenios anteriores. Todo esto conducirá a que, en 10 años, el nivel de deuda del país pasará del orden de 30% del PBI, a cerca del 50% del PBI. Es terrible que el Estado no se compadezca de la población limeña de los estratos D y E, que pierden todos los días, como 5 horas en viajes, o bien, por esto mismo, a pesar de sus necesidades, tienen que rechazar un posible segundo trabajo. En el Perú, insistimos en que la política educativa se debe centrar en crear privilegios para los profesores sindicalizados que enseñan en las escuelas o fomentar la creación de universidades sin la menor posibilidad de ofrecer un mínimo de calidad. Igual en salud; construimos hospitales de alto nivel de complejidad descuidando la atención primaria. De igual manera, a pesar de los miles de millones de soles que se invierten en infraestructura de agua, la población, mayoritariamente, sigue consumiendo agua que no tiene los índices de cloro que aseguren la desinfección. En resumen, el Estado no sabe identificar y priorizar correctamente la ejecución de los proyectos con más alta rentabilidad social, ni sabe generar contratos equilibrados para las concesiones APP; es decir, el Estado no sabe invertir, tal como se explica en el artículo “Evaluación de Proyectos de Infraestructura de Transporte en el Perú”, publicado en esta edición.

Acto de Contrición y Propósito de Enmienda para el próximo quinquenio

  • Reconozcamos nuestras numerosas y enormes deficiencias institucionales, y corrijámoslo, para que conjuntamente con la mejora del Estado en su capacidad de invertir con calidad, puede asi mejorar su capacidad crediticia que le permita cerrar las brechas en infraestructura de manera óptima, y elevar la calidad de los servicios públicos.
  • Reconozcamos la bajísima calidad del personal y funcionarios públicos, implementando un sistema meritocrático mucho más sólido, sobre todo, elevando la valla laboral-académica-moral de todos los funcionarios, y en especial, de los políticos que aspiran a cargos públicos.

De no proceder con estas enmiendas, nos seguiremos hundiendo en el circulo vicioso en el que estamos embarcados, pues la población seguirá descontenta y escuchará los cantos de sirena de las políticas populistas que no están orientadas a crear mayor riqueza.

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